sábado, 17 de febrero de 2007

PLAn diVINo DeL mUnDO

Tengo un plan divino para el mundo, soy un profeta posmoderno y he venido a celebrar el fin de esta última fase de la humanidad, llené los estuches antiguos con silicona neuronal hacedora de ideas. Tengo un plan.

Pacté en Versalles con el último hombre económico, el último hombre político y el primer hombre nuclear; el empresariado burgués se fosilizó al desaparecer en la última depresión, los psicólogos fueron ahorcados en masas por la subversión sacrosanta, el proletariado se exterminó en la toma de posesión, y yo: Tengo un plan.

Amenacé con la conquista y creyeron que era una lúdica expresión, aún no estaba pronto, pero ahora tengo el plan divino del mundo, y voy a comenzar a jugar.

Fundé una nueva doctrina: condena a la razón, a la hermandad, a la piedad, condena al vértigo, a los multifacéticos, al subnormal, a lo irracional de los grandes críticos, la moralidad, condena el pecado y la sumisión, la paz, la guerra fría, la ética imperial, los sindicatos, la promiscuidad, al hombre nuevo y a la nueva mujer, condena la racionalización de la existencia, a la existencia infundada, a los que leen lo que otros no deben leer, a los analfabetos, al esoterismo, los irascibles, al delincuente y al banquero, a todo lo que viene a dar igual, al magisterio, a los extranjeros, los parias, al camicase, a los fundadores de repúblicas y a los republicanos, a los pacientes, a la confesión y a todos los que escriben sinsentidos -a todo lo que soy-

Tengo un nuevo lema: profetas posmodernos, reventaros!



-Tracé un ambicioso plan: consistía en sobrevivir-
He venido a celebrar el fin de esta última fase de la humanidad.

jueves, 8 de febrero de 2007

cuLTUra deL RieSGo

La naturaleza del hombre contemporáneo son estatutos y ordenes lógicos contractuales que garantizan su supervivencia en un mundo terrenal -vacío- cada vez más insuficiente para proveerle mecanismos de protección ante el peligro, idealizado en la absurdidad de un “ser-primitivo-agresor” pero que, paradójicamente, este peligro incontrolable se materializa en las construcciones periféricas, procesadas por el “ser-contemporáneo-protector”.

Periferias, protecciones, en sí, categorías muy poco amables para describir la pulseada que se debate la Cultura del riesgo y la Cultura de la exclusión. Por un lado la industria humana ha sido capaz de asegurar, de modo mutual, las contraindicaciones de ingerir tóxicos, capaz de contrarrestar los efectos nocivos del hurto de joyas, cualquier objeto de valor u obras de exposición; pero por otro, esta Cultura del riesgo, a la vez que genera seguridad a los actores, va desarrollando, de modo concomitante, el sentimiento de estar desprotegido ante nuevas formas de inseguridad. Nuestra protección individual ha sido transferida al Estado, y en él recaen todas las responsabilidades y mecanismos de protección.



Una plaga se cierne sobre el país: la plaga de las cucarachas. El urbanismo ha olvidado el mantenimiento de los alcantarillados, y en él, se propaga endémicamente, la idea de una revolución. El refugio de estos blatarios se ha convertido en una nueva forma de organización sindical, amenazando continuadamente al orden comunal y a las buenas costumbres. Aún no se han desarrollado políticas sociales que mitiguen los efectos devastadores que un alzamiento de estos insectos (amorales) pueda tener; debe considerarse que ésta ineficacia del Estado se dé por la ausencia de medios técnicos capaces de predecir el comportamiento de este nuevo estrato emergente de la subcultura de la protección; y, quizás las herramientas probabilísticas ni siquiera puedan cuantificar los efectos de su institucionalización en este medio naturalizado.

Por ello, no debe considerarse que la Cultura del riesgo nos conduce en su desarrollo a la aparición de la Cultura de la exclusión, porque ésta no es una fase ulterior, sino su reverso, la otra cara de una misma luna. Entonces, mientras la Cultura del riesgo siga generando sentimiento de vulnerabilidad ante los agentes de nuevos estratos, las alcantarillas seguirán “infestadas”, y cualquier insecticida no sólo puede resultar ineficaz, sino contraproducente (excluyente). El Estado tiene un desafío: proteger generando exclusión, o, dejar de verter aguas residuales en los túneles que subyacen en esta misma sociedad.

jueves, 1 de febrero de 2007

TIempOS MOdeRNos



Me hablaron de un reloj gigante: comencé a considerar las dimensiones del tiempo. ¿Soy esto de ahora, o el cúmulo de todo lo que para mí he sido; cuál es la estructura atómica del pensamiento y bajo qué causales mi organismo se degrada? Interrogantes que nadan en mi crónica apatía; me subo al caballo de la ignorancia y galopo sobre todo aquello que pueda sentir, porque lo pienso.

¡Tic-tac! ha pasado un minuto, podrían haber sido dos, diez, me da igual, no he sentido nada, la piel no se desquebraja cuando escupo las palabras, sólo he pensado que podría haber pasado más tiempo del que ha pasado en esta virtualidad, pero ¿si acaso ha pasado menos?

Yo no he planificado este sinistro plan de los calendarios, no he puesto cuerda al aparatoso engranaje, no he modificado la ciencia ni la indecencia, eyaculo en mi propia osamenta porque me es indiferente mascar orgasmos placenteros para luego vomitarlos como un bolo poco amable de ser digerido, no he trazado el paradigma de la mística sexual de dos mamíferos que, en una cama con cubierta de alguna exótica tela, practican deliberadamente la sensualidad, acicalados con perfumes que ocultan el olor de otros tantos cuerpos que los han bañado de sudoración en sus meses de apareo; y luego de consumado el acto, con el culo desnudo hacia arriba, se dan a la modernidad y a las viejas ideas.

Tengo ganas de llorar de tristeza, y no lo voy a hacer, pienso que entre las ganas y el acto puedo tardar varios minutos, siempre la tristeza merece un llanto planeado en cada micrón que recorre cada lágrima desde su lagrimal hasta mis labios, y no tengo tiempo, el reloj gigante está bajo llave, pero sigue corriendo ¡Tic-tac!